México y su creciente subalternidad

Hubo un tiempo en que México luchó por un proyecto propio, incluso contra la voluntad de Washington. Hoy ya no parece ser el caso

Cambio de enfoque

Vista desde esta orilla, hubo un tiempo en que la dinámica de la relación entre nuestro país y su poderoso vecino del norte se podía entender dentro del marco de la resistencia, del antiimperialismo, especialmente cuando la Revolución Mexicana aún estaba viva. Sin embargo, de un tiempo para acá, la histórica resistencia mexicana casi ha cesado. Lo que hoy buscan las élites políticas, económicas e intelectuales mexicanas es apenas acomodarse de la forma menos lastimosa posible a las demandas e intereses del poder hegemónico. La relación actual de México con Estados Unidos tiende a inscribirse y entenderse en los términos de la teoría de la subalternidad y ya no en la lógica de un proyecto nacional que busca ampliar la soberanía posible dentro de las limitaciones que la geografía y la asimetría de poder le impusieron desde el inicio.

Como se sabe, el enfoque de la subalternidad surgió en el sur de Asia y corresponde a la teoría postcolonial. En términos muy generales, su objetivo es entender cómo opera y qué consecuencias tiene la visión del mundo que los colonialistas impusieron a los colonizados y que muchos de éstos terminaron por interiorizar. Ese enfoque busca exponer la forma en que, para explicarse a sí mismos y para darse a entender frente al otro, los subordinados en una relación colonial y postcolonial se ven llevados a adoptar el discurso y los valores de la cultura imperial a pesar de que, en muchos sentidos, les son desventajosos.

El grupo dominante en México pareciera decidido a explicarse y a comportarse como un mero apéndice de Estados Unidos: como la parte exótica de la América del Norte pero que, finalmente, es también "norteamericana". El objetivo es no provocar a Washington y acomodarse de la mejor forma posible a lo que buenamente ese poder disponga para nosotros en materia económica, de migración, de lucha contra el narcotráfico y de administración de la relación mutua. En suma, México ya no levanta la voz y confía en que la opacidad en su política exterior aunada a una cierta resignación sea la mejor combinación para que eche raíces un modus vivendi aceptable para la gran potencia.

Y esto tiene lugar justamente en un sistema mundial donde otros actores -de China a India, de Brasil a Venezuela o de Irán a Rusia- piensan que se puede aprovechar lo que ya se considera una era postnorteamericana. Una que permite, y premia, el riesgo de buscar rutas de desarrollo que no tienen que ser las aprobadas por Washington. En contraste, México se mantiene como un país donde el "factor norteamericano" sigue siendo el que determina el cómo y la dirección en que se debe actuar.

Callado ¿México se ve mejor?

La actitud de México como el subordinado que trata de complacer al poderoso se nota. Así, The Economist (diciembre 5 a 11, 2009), el famoso semanario conservador británico, al tomar nota de la política de México frente a su vecino aplaude la "madurez" del gobierno mexicano. Para esa revista, esta relación desigual ha mejorado porque nuestras autoridades ya aprendieron a callarse la boca y a no testerear el avispero de la política interna norteamericana demandando, en especial, un acuerdo que permita un mínimo de derechos laborales a los 6 millones de nuestros connacionales que se encuentran trabajando sin papeles allende el Bravo. El libre intercambio institucionalizado en América del Norte funciona en materia de comercio e inversión, pero en relación a la mano de obra prevalece la informalidad impuesta por Estados Unidos; una informalidad darwiniana, donde sólo los más capaces pueden sortear la barrera que ya cubre casi un tercio de la frontera, escapar a los 20 mil efectivos de la Patrulla Fronteriza y vivir con una paga tan baja que haga atractivo para los patrones correr el riesgo de contratar trabajadores sin papeles. Un ejemplo de esta situación es la reforma de Barack Obama al sistema de salud norteamericano que beneficiará a 30 millones de personas pero que deja fuera a una minoría donde destacan los 12 millones de trabajadores indocumentados, que laboran duro, ganan poco y pagan impuestos, pero cuya salud sigue en manos de la providencia.

En relación al narcotráfico, un tema donde domina la política demandada por Estados Unidos, México propuso la "Iniciativa Mérida", que es un marco institucional de cooperación binacional para combatir en suelo mexicano la oferta de drogas a Estados Unidos y que implica una ayuda norteamericana por demás modesta, pues se trata de apenas mil 350 millones de dólares a lo largo de tres años para enfrentar un negocio que se calcula, para el caso de México, de entre 19 mil y 30 mil millones de dólares anuales. Sin embargo, el gobierno mexicano no ha podido hacer mucho ruido en su reclamo de que Washington realmente controle la venta de armas a particulares que terminan en manos del crimen organizado en México porque, nos dice The Economist, eso molesta al poderoso lobby que han formado en Estados Unidos los fabricantes, los comerciantes y los consumidores privados de armas.

Entre observadores extranjeros y un buen número de ciudadanos mexicanos, crece la sospecha de que, en materia de narcotráfico, México está librando en su suelo una guerra norteamericana que, además, no se puede ganar. Ejemplo de esta sospecha son las consideraciones hechas por Antonio Payán, de la Universidad de Texas en El Paso, a El Universal (25 de diciembre). Y es que México no tiene forma de incidir sobre los 30 millones de consumidores de substancias prohibidas que viven en Estados Unidos ni puede, por sí mismo, intentar una forma de legalizar el consumo de los adictos mexicanos para reducir el espacio de ilegalidad en que actúa internamente el crimen organizado. Y lo peor es que, con el paso del tiempo, las organizaciones de narcotraficantes echan raíces más profundas y se han expandido a actividades que afectan básicamente a ciudadanos mexicanos, como son el secuestro y la extorsión, extienden la cultura del crimen y avanzan en su empeño por corromper y controlar a las siempre débiles instituciones del Estado mexicano.

El modelo económico

Como resultado de la gran crisis de 1982, Carlos Salinas y su grupo lanzaron a la economía mexicana de cabeza, sin preparación ni salvavidas -siguiendo casi al pie de la letra el ya no muy respetado ni respetable "Consenso de Washington"- a la poza de la globalización que, en la práctica, no fue otra cosa que circunscribirla al mercado norteamericano, destino del 80 por ciento de sus exportaciones. Cuando la economía del gigante del norte marchaba bien, la de México no mostraba un ritmo de crecimiento particularmente notable, pero cuando Estados Unidos entró en su Gran Recesión, nuestro país sufrió una caída de más del 7 por ciento de su PIB y tuvo el peor comportamiento de todas las economías latinoamericanas.

En materia económica, México contrasta hoy muy desfavorablemente con algunos de los países emergentes que obedecieron poco la ortodoxia del Fondo Monetario Internacional, como son Brasil, India o China. En cada uno de esos tres casos su comercio exterior no se ligó, como el nuestro, a un solo país ni se abandonó el mercado interno ni se dejó el grueso de su banca en manos extranjeras.

México hoy tiene una política interna y externa muy aceptable para Washington: nada de expropiaciones y nacionalizaciones como en los 1930, nada de seguir una línea independiente respecto de países cercanos, como fue el caso con Cuba en el pasado, nada de proponer algo distinto de los deseos norteamericanos en Centroamérica como en los 1980. En realidad ya nuestro país carece de ánimo -¿de posibilidades?- para intentar movimientos propios incluso en el contexto latinoamericano, como se vio en el caso de Honduras, donde la posición brasileña fue más decidida que la mexicana.

Para concluir

Los estudios de las clases y culturas subordinadas muestran que una de las formas de relación de éstas con el poder externo que puede y busca imponer sus intereses y valores es evitar la confrontación y aceptar los términos de la imposición -la humillación- en espera del momento propicio para hacer valer sus derechos. Sin embargo, tal actitud conlleva un riesgo: que el subordinado se acostumbre a su papel al punto que efectivamente internalice y acepte como natural dicha subordinación. Ése es el mejor camino para perder el respeto del poderoso y, lo peor, la autoestima.

La meta de México, que en 1810 y en 1910 pero también en 1867 o en 1938 retó a poderes externos en nombre de un proyecto propio, debe ser ésa: la búsqueda de la independencia y de la soberanía en los términos de la época. Por el momento, ése no parece ser el caso.

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