En su libro de entrevistas, Carmen Aristegui conduce al lector con agilidad e inteligencia por los laberintos de una transición que no cuaja
Un libro
La lectura de 26 entrevistas hechas por Carmen Aristegui (magníficamente ilustradas por 52 fotografías de Ricardo Trabulsi) en torno a la historia política reciente de México, y publicadas bajo el título Transición. Conversaciones y retratos de lo que se hizo y se dejó de hacer por la democracia en México (Grijalbo, 2009), constituye un mapa básico del camino -y de los obstáculos, sobre todo, los obstáculos- recorrido por nuestro país de 1988 a la fecha en su dramática búsqueda por encontrar la fórmula política que sustituya a la que estuvo vigente desde el triunfo del carrancismo hasta 1982. Es una lectura rica en ideas y donde abundan las interpretaciones, las hipótesis (algunas presentadas como certezas), las acusaciones y las justificaciones, las propuestas pero también las incógnitas, las dudas, las contradicciones, los antagonismos, las frustraciones y, sobre todo, los temores.
La historia de apenas ayer y que aún no concluye
La historia del pasado más o menos lejano se escribe teniendo como base documentos y las obras de quienes nos precedieron en la tarea. En contraste, la historia del pasado reciente, y donde el lector fue testigo e incluso actor de lo que se relata, tiene que lidiar con la falta de perspectiva y el que muchos archivos aún no están abiertos.
A cambio de los inconvenientes tiene una ventaja: puede recurrir a sus propios recuerdos y a la entrevista de quienes fueron o son actores o testigos de lo que se busca historiar. Y es aquí donde entra el buen oficio de periodistas como Carmen Aristegui, que al formular las preguntas pertinentes -basadas en un conocimiento sobre el tema- e insistir en ellas para ahondar y poner al descubierto lo relevante, da vida a una información que, en sí misma, es ya una historia pero también una rica fuente para quienes busquen recrear e interpretar en el futuro lo que es el México del presente.
El punto de partida
Aristegui decidió tomar la conflictiva elección de 1988 como inicio de la transición mexicana del autoritarismo a un nuevo régimen, en principio democrático. Y desde el arranque se plantea su significado. Para Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación, no hubo ningún fraude ni el sistema electoral "se cayó", pero quien ganó, Carlos Salinas, no supo hacer creíble su triunfo; obviamente en esta afirmación le acompaña el ex presidente Miguel de la Madrid. Jorge Carpizo, en cambio, sostiene que Salinas triunfó pero hubo fraude, y ese fraude consistió en subir el porcentaje para que el candidato del PRI superara por 0.71 por ciento el simbólico 50 por ciento de los votos emitidos. En contraste, el grueso de los entrevistados parte del supuesto que a la transición mexicana la marcó un fraude. Desde luego, ése es el punto de vista de Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra o Carlos Monsiváis, pero incluso Manuel Camacho admite que en el 88 "Hubo múltiples irregularidades" y, apremiado, termina por aceptar: "Sí [hubo fraude], hubo cosas muy graves en la elección".
En el inicio: el acuerdo Salinas-PAN
Si la transición se inició con la crisis del 88, su naturaleza quedó definida desde entonces y hasta ahora por un acuerdo entre Salinas y el PAN que se fue tejiendo en las 100 o 200 entrevistas que Diego Fernández de Cevallos tuvo con Salinas (en promedio, una entrevista cada 22 o cada 11 días, según el caso). El líder entonces del PAN, Luis H. Álvarez, hoy dice que "me convencieron" que, a pesar de su carácter ilegítimo, era mejor negociar con Salinas como Presidente que oponerse a él. Pero a la luz de lo ocurrido "francamente no sé si hicimos lo correcto". Para Roger Bartra, Salinas, "un hombre extraordinariamente inteligente, hábil, [y] sin escrúpulos", consolidó con el PAN la "alianza modernizadora" de las derechas. Para Bartlett, no hay nada de modernizador en esa alianza donde los tecnócratas y el PAN simplemente "[tomaron la] decisión de sacrificar al pueblo de México para salir adelante". Camacho, en su momento, le propuso a Salinas intentar negociar con la izquierda, pero el de Agualeguas no aceptó y optó por armar "el pacto conservador" -los cambios constitucionales en torno al ejido, a la Iglesia, etcétera, demandados por el PAN- que persiste hasta hoy y que ha desembocado en lo que Porfirio Muñoz Ledo define como "una coagulación oligárquica".
Miguel de la Madrid, el responsable de que Salinas llegara a la Presidencia, finalmente se arrepintió de su decisión. "Me equivoqué", dice, al dejar tamaño poder en manos de un inmoral y de su familia. Para el ex Presidente, "es posible" incluso que Salinas se haya embolsado la mitad de la partida secreta de que disponía como presidente (al final, Aristegui explica cómo Salinas llevó a su ex jefe a retractarse).
El 2000
Miguel Ángel Granados Chapa no le da ningún crédito a Ernesto Zedillo como arquitecto del cambio en el 2000, pues a él simplemente se le vino encima la transición. Y a Fox, el ganador, lo define como "un no político, un hombre ignorante de la vida pública", frívolo que simplemente se benefició del hartazgo ciudadano con el PRI y se convirtió en Presidente. Fox sólo daba "para ayudante del jefe de Coca Cola de León", dice Monsiváis. Como sea, el "pacto conservador" se mantuvo y el cambio se redujo a que Los Pinos quedaran con el PAN y la oposición de derecha a cargo del PRI.
Según Jorge Castañeda, a Fox se le propuso usar su enorme legitimidad para lanzarse contra el PRI vía una reforma del Estado que desmantelara el corporativismo, pero Fox prefirió sostener al PRI como aliado y que el gran capital diseñara el gabinete -Roberto Hernández puso a Gil Díaz en Hacienda. A Fox el cambio le quedó grande, el haber logrado "la transición" fue suficiente. El hombre de San Cristóbal mismo confirma esta visión de manera espectacular: no se arriesgó a que Carmen Aristegui lo entrevistara -tampoco Salinas o Zedillo aceptaron ser interrogados- pero mandó un escrito. En ese documento, Fox se regodea en los prolegómenos, pero al llegar al momento de la verdad, cuando ya tuvo el poder, todo lo que tiene que decir ¡lo resume en un par de líneas!: "Y así pasaron los seis años. Y hoy Marta y yo estamos los dos de nuevo cabalgando juntos". Y vaya que sí cabalgan, pero como la pareja más frívola e irresponsable que haya ejercido el poder en México.
El 2006
El fracaso del foxismo culminó con las elecciones del 2006. Para Andrés Manuel López Obrador, la oligarquía se robó esa elección y tiene secuestrado al Estado. Para Carlos Ugalde, no sólo no hubo fraude, sino que ésas fueron "las elecciones más equitativas que ha tenido México", opinión compartida, en lo fundamental por Alonso Lujambio y José Woldenberg. Miguel de la Madrid, en cambio, deja abierta la puerta al fraude con un "Puede ser".
¿Dónde estamos?
Para Denise Dresser, el sistema político mexicano no ha cambiado su esencia pues hoy "hay más jugadores, pero el juego sigue siendo el mismo", cosa que acepta Francisco Labastida al señalar que con la alternancia "...no pasó nada. Los problemas se agravaron incluso". Fernández de Cevallos asegura que el viejo sistema "...¡nunca se ha ido!", y en eso, y sólo en eso, coincide con López Obrador, que justamente porque lo viejo no se ha ido, afirma que México vive una "dictadura encubierta". Carlos Fuentes no va tan lejos y simplemente concluye que la mexicana "[e]s una transición con mala suerte... Es una transición malhadada". Granados Chapa califica de interrumpida a esa transición que, al final, no logró lo único que la puede justificar: una redistribución del poder en beneficio de la mayoría.
¿Qué hacer?
Manuel Camacho teme que de no haber un cambio encabezado por una izquierda que deje de polarizar y sepa negociar, el "bloque conservador" termine por consolidarse y gobernar por muchos años. De ahí que Monsiváis concluya: "Lo [que] ves hoy muy mal, mañana estará peor". Para Granados Chapa, de no haber un cambio en la estructura social, el país mismo "se puede romper".
López Obrador resulta ser aquí un optimista, pues no tiene duda: es posible dar forma a un gran movimiento social pacífico que, a semejanza de la época cardenista, recupere el poder político para las mayorías. Bartlett coincide con esta posición pero Muñoz Ledo va más lejos al apuntar la posibilidad de que, por el tamaño del fracaso de la transición, este sexenio no termine normalmente y haya una revocación del cargo, que no mandato, de Felipe Calderón y que entonces se abra la posibilidad del cambio pospuesto.
Vale la pena que el ciudadano lea este trabajo de Carmen Aristegui y llegue a su propia conclusión. Como sea, Manuel Espino tiene razón: aún no salimos de la transición y el gobierno de Felipe Calderón sigue polarizando a México.
Crónica de lo que no debió ser
Publicado por en Agenda Ciudadana
Etiquetas: 2009 - 12
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