Petroestado, narcoestado y Estado fallido

Quizá México no es aún un petroestado, un narcoestado o un Estado fallido, pero tiene características de cada uno de ellos

Definiciones

En algún punto del pasado reciente México fue visto como un petroestado aunque en tiempos más cercanos se le ha caracterizado lo mismo de narcoestado que de Estado fallido. En cualquier caso quienes así lo califican lo que buscan es subrayar una imperfección grave en el entramado institucional del Estado. Desafortunadamente, a la estructura política de nuestro país se le puede caracterizar hoy lo mismo por el mal uso de la renta petrolera, por la corrupción, extensión y violencia del narcotráfico que por la disfuncionalidad de su entramado institucional, desde el educativo hasta el de procuración de justicia.

Actualmente resulta difícil imaginar que hubo tiempos en que el Estado y el régimen mexicano fueron vistos como fuertes y modelos para su tiempo y espacio. Al consolidarse el sistema político delineado por los liberales decimonónicos, nuestro país se convirtió en el "México de don Porfirio" y entonces más de un observador externo se congratuló de la fortaleza de ese sistema político, pues el orden y la estabilidad construidos por Porfirio Díaz habían dado finalmente forma a un país con hambre de modernización, donde dominaba el crecimiento de la inversión interna y externa, de la red ferroviaria, de la red bancaria, de las exportaciones mineras y agrícolas, del superávit, de la seguridad, etcétera (ejemplos de esta visión se tienen en James Creelman, Díaz, Master of Mexico, Nueva York, Appleton, 1911 o Alec Tweedie, Mexico as I Saw It, Nueva York: Nelson, 1911). Sin embargo, en mayo de 1911, un gobierno que parecía tan fuerte caía frente a un enemigo que hasta entonces parecía tan débil: el maderismo. Muy poco después el régimen mismo se derrumbó y pasó a ser historia.

De las cenizas del porfiriato surgió un nuevo régimen que para 1940 pareció aún más fuerte que el anterior: el de la Post Revolución Mexicana. El gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) creó una impresionante base de masas organizadas y al iniciarse la segunda mitad de ese siglo los observadores externos volvieron a impresionarse con una Presidencia fuerte pero que ya no dependía de un caudillo, que se renovaba cada seis años, apoyada por un partido de Estado que, a su vez, estaba sostenido por organizaciones sociales disciplinadas -CNC, CTM, CNOP y el resto de las siglas priistas- cuyos miembros sumaban millones, por una economía cuyo PIB crecía al 6% anual, por políticas sociales populistas y exitosas, por un Ejército sometido a la autoridad civil, por un nacionalismo que aseguraba una independencia relativa frente a Estados Unidos y muchas cosas más. Ejemplos destacados de esta visión fueron Robert Scott, Mexican Government in Transition (University of Illinois, 1959) o Frank Brandenburg, The Making of Modern Mexico (Prentice-Hall, 1964).

Finalmente, el régimen priista cayó, pero no como resultado de una rebelión armada sino de algo menos dramático: de un deterioro paulatino cuyos momentos clave fueron la crisis política del 68, la económica de 1982, el fraude electoral del 88, el levantamiento zapatista y el "error de diciembre" del 94, hasta culminar en la "insurgencia electoral" del 2000. Esa última, la rebelión en las urnas, fue simplemente resultado de la acumulación de fracasos y del hartazgo ciudadano con el autoritarismo y la corrupción.

El cambio del 2000 pudo ser el inicio de un proceso virtuoso pero finalmente no lo fue: la poca inteligencia y la mucha voracidad e irresponsabilidad de la nueva clase política impidieron modificar en lo sustantivo el arreglo institucional heredado. Las fallas del entramado recibido se acentuaron al punto de mantener la caracterización de México como petroestado pero combinada con la de narcoestado y Estado fallido.

El petroestado

El concepto de petroestado fue desarrollado por una latinoamericanista norteamericana, Terry L. Karl, para explicar la evolución política de Venezuela (The paradox of plenty. Oil booms and petro-states, University of California Press, 1997) y aplicado recientemente a México por Tania Rabasa en una tesis de maestría ("Estado y auges petroleros. El caso de México", El Colegio de México, 2009).

El tener petróleo y exportarlo en grandes cantidades convierte a un exportador en petroestado sólo si su estructura política y su red institucional no son lo suficientemente sólidas como para impedir que esa abundancia generada por la venta de un recurso estratégico y no renovable capture y dirija las decisiones políticas y económicas del Estado y de su élite del poder. Noruega es el ejemplo de un país petrolero que no es petroestado justo porque cuando descubrió los yacimientos del combustible ya contaba con un gobierno realmente democrático y una burocracia profesional que desde el inicio mantuvieron el control sobre el monto y el destino de la renta petrolera. La abundancia noruega se ha podido administrar de tal manera que no ha distorsionado ni la economía ni la estructura social del país. Los recursos generados por la actividad petrolera noruega han resultado en una notable acumulación de capital público que se administra de cara al futuro, a ese momento en que el país ni tenga ni pueda continuar dependiendo del petróleo. Frente al caso de Noruega y en contraste, están las experiencias de Venezuela, Indonesia, Irán, Nigeria, Argelia... o México. Éstos son los petroestados, es decir, sociedades nacionales donde la riqueza producto de exportar hidrocarburos llegó cuando el Estado estaba aún en formación o con instituciones débiles y corruptas y en donde la abundancia petrolera "redujo el rango de la toma de decisiones, recompensó ciertas conductas y decisiones en detrimento de otras posibles y moldeó las preferencias de los funcionarios responsables de manera que no favorecieran el desarrollo" (p. xvi). En situaciones de debilidad institucional, el petróleo tiende a corromper el proyecto nacional pues es una fuerza económica enorme y capaz de tomar el control de la política. El petroestado es un Estado débil abrumado por la abundancia, que evoluciona de manera distorsionada y desperdicia un valioso recurso no renovable en beneficio de intereses externos -las empresas petroleras internacionales- y de un puñado de privilegiados nativos. Finalmente el país termina endeudado, políticamente contrahecho y en una situación peor que al inicio en materia de desarrollo sustentable. En nuestro caso los ejemplos recientes de desperdicio, contrahechura y crisis económica y política producto de la exportación de petróleo son el sexenio de López Portillo y la situación posterior al breve auge petrolero que se vivió en la administración de Vicente Fox. En medio de un entramado institucional muy defectuoso y en manos de líderes irresponsables y corruptos -López Portillo, Fox y los suyos-, los veneros de petróleo resultaron ser un regalo del diablo, tal y como lo afirmara en "Suave patria" Ramón López Velarde.

Narcoestado y/o Estado fallido

En julio pasado, Roberta Jackobson, subsecretaria adjunta del Departamento de Estado, declaró que México no era ni narcoestado ni Estado fallido (Reforma, 23 de julio). Sin embargo, el que Washington se haya sentido obligado a descalificar públicamente el empleo de esos dos conceptos en el caso mexicano se debió justamente a que esos términos ya llevaban tiempo de estar siendo empleados en los círculos del poder de la potencia del norte para caracterizar los problemas de un país vecino que les mandaba el mayor número de indocumentados y el grueso de la cocaína (The Wall Street Journal, 21 de febrero).

Si un narcoestado es una sociedad nacional cuya estructura de poder, su economía y su cultura son dominadas por los cárteles de la droga, entonces se está hablando de Guinea-Bissau y no de México. Sin embargo, si el término se usa para destacar un problema de grado y en aumento -un sistema político donde los narcotraficantes cada vez ganan más influencia en las estructuras de gobierno, aumentan su influencia económica y hacen aceptables sus valores culturales-, entonces Colombia y México se acercan a la definición de narcoestados. Obviamente no todos los Estados fallidos son narcoestados, pero lo contrario sí que es verdad: lo narco se explica y se exacerba por lo fallido.

El drama

El México independiente pareció tener un Estado fuerte cuando tuvo una Presidencia fuerte. Sin embargo, ambas presidencias autoritarias -la porfirista y la post revolucionaria- se montaron en una base institucional contrahecha y corrupta. En 1910 esa falla desembocó en una revolución y hoy en rasgos de petroestado, de narcoestado y Estado fallido. ¡Vaya desafío el que enfrenta nuestra recién nacida y ya avejentada democracia!

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