La corrupción en la Dinamarca de Shakespeare es cosa sin importancia frente a la nuestra. Aquí, ni Hamlet sería inocente
Confirmación
Esta columna sostuvo la semana pasada que la recién nacida democracia electoral mexicana había entrado en decadencia sin haber conocido un periodo de apogeo. Y como si la realidad deseara confirmar esa hipótesis, Carlos Ahumada, el tristemente célebre contratista del gobierno capitalino enredado en una red de corrupción, lanzó ese mismo día un libro -Derecho de réplica (Grijalbo, 2009)- donde detalla una trama de escándalo y chantaje en la que él intervino en el 2004 y que sirvió de telón de fondo a la última campaña presidencial.
Como es sabido, a mediados del sexenio pasado, Ahumada grabó varias instancias en que él entregó dinero -fajos de billetes en un caso- a dirigentes del PRD -René Bejarano y Carlos Ímaz- o en que captó a Gustavo Ponce, entonces secretario de Finanzas del Distrito Federal, apostando en un casino en Las Vegas. Ahumada explica ésas y otras entregas de dinero o regalos a personajes con poder político en el gobierno del Distrito Federal como parte del modus operandi de un contratista que deseaba mantener sus ligas y contratos en ciertas delegaciones del Distrito Federal. Sin embargo, al no lograr que el gobierno capitalino presidido por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respondiera como él deseaba -dándole el contrato para el "segundo piso" del Anillo Periférico-, decidió, con la mediación de un líder panista, Diego Fernández de Cevallos, vender ese material de escándalo al ex presidente Carlos Salinas, archienemigo político de AMLO, aspirante a la candidatura presidencial del PRD.
Una vez en manos de Salinas, el valor de esas grabaciones dio un salto cualitativo. A cambio de una fracción de lo que Ahumada pretendía obtener -apenas el 9 por ciento de los 400 millones de pesos demandados-, Salinas terminó por hacer una negociación que, de ser cierta, bien podría ser digna de los famosos casos de estudio de la Business School de Harvard. Y es que el ex Presidente, según Ahumada, logró que a cambio de hacer públicas tres grabaciones que mostraban la corrupción de personajes cercanos a AMLO, el gobierno de Vicente Fox liberara a su hermano Raúl, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de Francisco Ruiz Massieu, le devolviera la fortuna que tenía depositada en el extranjero, y finalmente, que se pusiera en prisión a Gustavo Ponce, personaje que había sido clave en la acusación contra Raúl. Pero eso no fue todo, Salinas, según Ahumada, no sólo no le pagó al grabador de los videos la suma prometida, sino que los 35 millones de pesos que le entregó no salieron del bolsillo del ex Presidente, sino que se trató de fondos que aportaron los gobiernos de Tabasco y del estado de México y la lideresa del SNTE.
Una vez informado Fox de la naturaleza de los videos, y con el conocimiento y beneplácito del Presidente y de otros personajes del círculo foxista, como el secretario de Gobernación, el procurador general y el director del Cisen, Salinas negoció con la principal cadena nacional de televisión -Televisa- la forma en que entregarían y se presentarían las grabaciones para lograr el más alto impacto en la opinión pública y así destruir el capital político de quien ya se perfilaba como el principal candidato opositor y enemigo político de Salinas, Fox, el PAN y el PRI.
De ser cierto el testimonio de Ahumada, la ganancia política y material de Carlos Salinas y su familia fue total. Sin poner un centavo recuperó una fortuna y la libertad del hermano mayor. El escándalo de los videos impactó en los resultados del 2006 y Fox, el PAN y Felipe Calderón ganaron lo que el PRD y AMLO perdieron: la Presidencia. Para el PRI el resultado del proceso desatado por Ahumada tiene claroscuros, pero finalmente ese partido tiene hoy más posibilidades de negociar con quien oficialmente ganó por 0.5 por ciento que con un AMLO que entonces tenía posibilidades de un triunfo holgado.
No deja de tener su moraleja el que, en el universo de nuestra "gran política", Ahumada, un aprendiz de manipulador, terminó por ser manipulado cuando se asoció con Salinas, Diego Fernández de Cevallos, Elba Esther Gordillo o Juan Molinar, entre otros. Salinas le quedó a deber al contratista 365 millones de pesos. Además, tuvo que pasar mil 131 días en la cárcel, perder todas sus empresas de construcción y periodística y dejar el país.
Lo realmente importante de una obra como Derecho de réplica no son su autor ni los numerosos personajes que aparecen en ella, sino el constatar a través de nombres, cargos y circunstancias, que la verdadera, la perdedora absoluta del escándalo, ha sido la joven democracia mexicana.
Juicios
La biografía, el contexto y el modo de operar de Carlos Ahumada -el propio de un empresario deshonesto como hay muchos- obligan al lector a ser cauto y no aceptar al pie de la letra la veracidad de la obra bajo examen. Sin embargo, la parte medular de Derecho de réplica cuadra con lo que ya se sabía o se sospechaba en torno a la corrupción en el sector público y a las enormes fallas de la supuesta democracia mexicana. En cualquier caso, la obra en cuestión obliga a juicios sobre el estado actual de la vida pública mexicana.
El primer juicio es comprobar que casi al empezar a asumir sus primeras responsabilidades -y privilegios- como partido en el poder, una fracción de la dirigencia del PRD simplemente no estuvo a la altura de su historia y misión. Es decepcionante constatar cómo un empresario de segunda pudo tan fácilmente doblar la "fibra moral" de una parte de los cuadros de una izquierda que se suponía heredera de una ética forjada en la oposición y en el espíritu de sacrificio. Con tan sólo asumir un fragmento de las deudas del partido, poner a disposición de sus líderes aviones particulares, invitarles a sitios exclusivos, apoyar sus campañas o facilitarles dinero para unas vacaciones, un contratista como Ahumada pudo poner a su servicio a un segmento importante de un partido que se presentaba y efectivamente parecía la alternativa radical a la corrupción política endémica. Igualmente significativo es evidenciar cómo parte de la cúpula del PRD -Rosario Robles y su grupo- prefirió colaborar con los enemigos históricos de su partido a cambio de no ver en la Presidencia a un correligionario: a AMLO.
El segundo es constatar la superficialidad del compromiso democrático del PAN, un partido que supuestamente nació en 1939 para, entre otras cosas, poner fin al uso sistemático del poder gubernamental en beneficio de un partido. El uso de los videos de Ahumada como munición en la guerra del PAN contra el PRD y el PRI se entiende e incluso se acepta, pues la guerra sucia ya llegó para quedarse como parte normal del paisaje electoral. Lo que ya no es de ninguna manera aceptable, porque constituye un golpe a la esencia de la democracia y del supuesto Estado de Derecho, es la negociación que Ahumada describe entre Salinas y el gobierno -en la que intervino el Cisen, la Secretaría de Gobernación y la propia Presidencia- para que a cambio de poner a circular los videos en los medios masivos de información, se negociara la libertad de Raúl Salinas y el retorno de todos los fondos que el gobierno mexicano le había congelado por ser de procedencia ilícita.
La intervención y los efectos del papel que, según Ahumada, jugaron en este asunto a favor del PAN, el presidente Fox, el secretario y el subsecretario de Gobernación así como el director del Cisen, ponen a México de regreso a la época anterior al 2000, es decir, cuando el partido en el poder y gobierno eran una y la misma cosa.
Hasta la pacotilla del relato de Ahumada revela el problema central de un régimen donde todo se puede negociar. El contratista corrupto metido a denunciante no deja muy bien parada a una Suprema Corte donde el ansia de poseer los videos puede influir en el nombramiento de sus ministros. Tampoco a la Iglesia Católica, pues el autor tiene a bien informarnos de algún donativo sustantivo para gastos particulares de un obispo y donde apenas el remanente sirve para obras piadosas.
La Dinamarca de Shakespeare era juego de niños
Cuando en una de las grandes tragedias de Shakespeare, el príncipe Hamlet asegura que "algo está podrido en Dinamarca", esa podredumbre está concentrada en el hipócrita rey Claudius: un gobernante que llegó al trono mediante el asesinato del gobernante legítimo, el padre de Hamlet.
Si Shakespeare hubiera podido conocer e inspirarse en el México de la actualidad, ninguno de sus personajes hubiera salido limpio, ni siquiera "la dulce Ofelia" o el propio Hamlet. Y es que en nuestra Dinamarca lo realmente difícil no es determinar lo que está podrido, sino lo que aún puede considerarse sano.
Algo está (muy) podrido en la Dinamarca mexicana
Publicado por en Agenda Ciudadana
Etiquetas: 2009 - 05
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