México: ¿se suicidó o lo suicidaron?

En México, raras veces el poder ha estado en manos de quien debiera. Y ciertamente hoy no es el caso

Adiós a don Genaro Góngora Pimentel. Su presencia en la SCJN fue una excepción que confirmó la regla.

Planteamiento

Emir Sader, secretario general del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), dio una entrevista en España donde hizo un resumen de la política del presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, que, pese a la crisis económica global, logró disminuir la desigualdad social y reforzar la identidad nacional porque "[a]umentó los microcréditos, mantuvo los sueldos por encima de la inflación, fomentó el empleo formal, diversificó el comercio internacional y potenció el interregional". México, dijo Sader, siguió otro camino y "en mi opinión, se ha suicidado".

La ruta mexicana al suicidio, según Sader, se inició con un tratado de libre comercio que le condujo a una dependencia extrema de Estados Unidos en su comercio exterior más su liga al Fondo Monetario Internacional (institución a la que Brasil no le pide prestado sino le presta), la "gravísima" corrupción y, finalmente, un clima de violencia extrema (Público Internacional, 13 de noviembre).

Un suicidio asistido

Hay pueblos y países que, en ciertas coyunturas, parecieran suicidarse. El ejemplo moderno más dramático es el de Alemania. Al final de una brutal guerra mundial desatada por una política nacionalista y agresiva en extremo, el pueblo alemán obedeció la irracional orden de su Führer, Adolfo Hitler, de resistir al enemigo aunque ya no hubiera ninguna esperanza de triunfo. El examen de las causas que llevaron a los alemanes a proseguir en ese camino sin salida nos muestra que realmente los países no se suicidan, sino que "los suicidan" unas dirigencias enloquecidas o irresponsables o estúpidas o egoístas en extremo o corruptas o todo ello junto. Son los líderes los que llevan a una sociedad atada por su estructura institucional a una situación de catástrofe y, en el caso específico de México, de pérdida de su tiempo histórico, oportunidades y energía colectiva.

El desastre en una nuez

La resistencia al cambio a fondo cuando aún había tiempo, allá por los 1960 -precisamente cuando los modelos político y económico dominantes empezaron a mostrar sus limitaciones-, y la mediocridad del liderazgo hicieron que bajo Luis Echeverría y José López Portillo el autoritarismo se empecinara en sus prácticas disfuncionales hasta que la balanza de pagos y el monto de la deuda externa desbarrancaron al país. Miguel de la Madrid y Carlos Salinas modificaron sustancialmente el modelo económico pero no el político. Abrazaron al neoliberalismo a ultranza e hicieron pagar el costo del cambio a las clases populares, a la pequeña y mediana industria y a la clase media. Ese neoliberalismo se introdujo sin su contraparte: la competencia real (y leal) en lo político o lo económico. El resultado fue el espejismo de suponer que ese México neoliberal y autoritario ya había ingresado al primer mundo.

En el 2000 el priismo no tuvo más remedio que soltar la Presidencia, aunque se mantuvo en control de la mayoría de los estados y municipios. La conducción del proceso pasó a manos de un panismo que compartía con el PRI la visión neoliberal de la economía y con él ya había aprendido a negociar desde 1989. El PAN tardó un abrir y cerrar de ojos en acostumbrarse al poder, pero ni quiso ni supo usar su legitimidad inicial para impulsar ese cambio de fondo al que se había comprometido como abanderado de la democracia. Temió que la izquierda pudiera desplazarlo del goce del poder, sus honores e ingresos, y alegando la existencia de "un peligro para México" pactó con el PRI -pactó con el pasado- y reafirmó el rumbo fallido por el que ya iba el país.

Así se desvaneció el supuesto cambio histórico de hace nueve años. Hoy, y según encuestas como la que acaba de levantar el CIDE (La Jornada, 16 de noviembre), el 2000 no pareciera ser otra cosa que el inicio de un simple interludio de dos sexenios en el que el PAN perdió su inocencia y el PRI se recicló para intentar volver por sus fueros con ese toque de legitimidad "democrática" que le hacía falta para afianzarse mejor en su "segunda época", la que, si no hacemos algo, se puede iniciar en el 2012.

El indicador de 'Forbes'

La revista norteamericana que periódicamente selecciona a las personas más acaudaladas del planeta acaba de inaugurar otra lista: la de los 67 individuos más poderosos del mundo de acuerdo con cuatro indicadores: el número de personas sobre las que influyen, su capacidad de proyectar poder más allá de su esfera de acción inmediata, su acceso a recursos y la intensidad con que ejercen ese poder (Reforma, 12 de noviembre). Pues bien, en esa lista están presentes un par de mexicanos que ya estaban listados entre las mayores fortunas del mundo: el ingeniero Carlos Slim (sexto lugar) y el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo (en el cuarentaiunavo lugar).

La distinción que otorga Forbes a esa pareja de mexicanos dice mucho de ambos pero dice mucho más sobre la naturaleza de la sociedad y del sistema político sobre el que Slim y Guzmán Loera han montado su impresionante fortuna y poder. Y esto es más evidente cuando se comparan los otros nombres de la lista. Los tres primeros son políticos de grandes potencias: Barack Obama, Hu Jintao y Vladimir Putin, el cuarto, un tecnócrata, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de una potencia, Estados Unidos, sólo las otras dos figuras que comparten el quinto lugar son empresarios, Sergey Brin y Larry Page, responsables del poderoso buscador Google.

Forbes no considera poderoso a ningún político mexicano, y en eso tiene plena razón. Los mexicanos realmente influyentes son sólo dos empresarios: uno domina en la economía legal y el otro en la ilegal. Lo notable no es que en México el poder político ya no sea fuente de gran poder en el sentido Forbes sino que una economía anémica, que desde hace 27 años no levanta cabeza, haya servido para levantar una riqueza y un poder de nivel mundial como el que concentra Slim. Para Forbes la explicación es que Slim domina el 90 por ciento de la telefonía fija y móvil de México. Esa poca competitiva concentración del mercado de telecomunicaciones en México tiene en su origen una explicación más política que económica: los términos en que Carlos Salinas privatizó Teléfonos de México a favor de Slim, y que con esa base ha podido incursionar con éxito en otras áreas económicas y en otros países. Como sea, no son pocos los que hoy asocian la falta de dinamismo de la economía mexicana a la presencia de fuerzas monopólicas como las de Slim. Ahí se tiene un elemento explicativo del "suicidio" mexicano del que habla Sader.

La violencia del crimen organizado y del Estado es otra característica que el secretario de Clacso asocia con el fracaso mexicano. Y es ahí donde aparece Joaquín Guzmán Loera. Para El Chapo, la economía mexicana es un factor secundario, pues su gran mercado está al norte del Río Bravo, nutrido por una economía capaz de sostener sin ningún problema el consumo de sustancias prohibidas por un monto que, a precios de menudeo, se calculó a inicios de este siglo en 60 mil millones de dólares (The Economist, 28 de julio, 2001). La base del poder del capo sinaloense no es una distorsión del sistema económico mexicano sino la de su sistema de justicia, especialmente de sus estructuras policiacas y sus agencias de seguridad, aunque no nada más ahí, pues la falta de voluntad de las autoridades por atacar los circuitos del dinero del narcotráfico también es parte del problema. La raíz del poder de El Chapo es la enorme corrupción del gobierno de México.

Otro Indicador

Uno de los miembros más connotados de la élite política actual, el abogado y ex candidato presidencial del PAN, Diego Fernández de Cevallos, acaba de destruir parte de una nogalera con ejemplares de más de 100 años de edad, propiedad de una familia humilde en el municipio de Apaseo el Alto, Guanajuato, para trasladar, sin autorización de la autoridad correspondiente, los árboles a su hacienda "La Barranca" para hacer más agradable el ambiente en esa su finca de 480 hectáreas y con una casa de 21 recámaras, El Universal, 13 y 14 de noviembre). En contraste, tenemos a Jesús León Santos, un campesino indígena de la Mixteca Alta que desde hace años ha organizado a sus coterráneos para rescatar con técnicas tradicionales y mediante el tequio la ecología de la región sembrando 4 millones de árboles y, por ello, ganó el prestigiado Goldman Prize 2008, pero ningún reconocimiento interno (www.goldmanprize.org).

Conclusión

Ni vuelta de hoja: el "suicidio" de México está íntimamente relacionado con sus estructuras reales de poder, que no representan, ni de lejos, los intereses de la mayoría, los intereses de la nación.

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