Una democracia con muchos adjetivos

La democracia realmente existente en México es insostenible. Si no se intenta la "huida hacia adelante" la regresión nos llevará al peor de los mundos posibles

Democracia vulnerada

Antes del año 2000, y justamente para no crear divisiones innecesarias entre derecha, centro o izquierda, resultó política y moralmente aceptable entre los críticos al sistema político que entonces tenía México demandar simplemente "una democracia sin adjetivos" (Enrique Krauze, 1986). Sin embargo, desde entonces ha corrido bajo el puente mucha agua política, y de lo que hoy se trata es justamente de saber qué tipo de democracia es la que realmente tenemos como paso previo para arribar a la que realmente necesitamos y merecemos. Hoy, una democracia sin adjetivos significaría rehuir al diagnóstico, pues lo que se necesita son adjetivos, tantos como sean útiles para saber cómo podemos salir de la innegable crisis política en que nos encontramos. En cualquier caso, es claro que todos los adjetivos que hoy se pueden emplear para identificar la naturaleza de la democracia que realmente existe en México no son los que imaginamos hace nueve años.

Acaba de aparecer un libro de Alberto Aziz Nassif y de Jorge Alonso, investigadores del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, titulado México, una democracia vulnerada (CIESAS-Porrúa, 2009). Ahí tenemos ya un primer adjetivo para nuestra democracia: vulnerada, es decir, dañada. Sin embargo, a lo largo de la lectura de la obra en cuestión aparecen otros calificativos como, por ejemplo, democracia incipiente, democracia en problemas, democracia sin inclusión, democracia que no se consolida ni se derrumba, democracia con signos de agotamiento, democracia insatisfactoria, democracia deteriorada y, finalmente, democracia irrelevante. Lo descorazonador, y alarmante, es que cada uno de los términos de este catálogo de características negativas de la situación mexicana está plenamente justificado por el análisis.

Los guardianes que no guardaron

Aziz y Alonso hacen, entre otras cosas, una descripción de los orígenes y de la evolución de los guardianes institucionales de nuestra democracia -IFE, TEPJF e IFAI- que permite concluir que si bien en los inicios esos guardianes -el IFE en particular- estuvieron a la altura de las circunstancias, hace tiempo que dejó de ser el caso, especialmente por los efectos de su comportamiento en las elecciones presidenciales de 2006. Los partidos -instituciones donde los intereses de sus oligarquías dirigentes se impusieron a los valores que, según sus plataformas, debían defender- capturaron y pervirtieron a los guardianes sin que los responsables de preservar la independencia de esas instituciones se resistieran; al contrario, cooperaron con gusto en esa degradación pues el interés personal se sobrepuso al institucional. Sin embargo, el problema central de nuestra democracia -si es que aún califica como tal- se encuentra no sólo en la baja calidad profesional y moral de la clase política mexicana sino también en nuestra estructura social y en la cultura política dominante.

Incluir o no incluir, ésa es la cuestión

La diferencia fundamental entre el régimen autoritario priista y el resto de los autoritarismos que aparecieron en América Latina en la misma época fue que el nuestro era relativamente incluyente y los otros notablemente excluyentes. Esa capacidad que tuvo el PRI para cooptar lo mismo a marxistas que a católicos conservadores y cuasi fascistas, y a toda la gama de ideologías o mentalidades que se pueden encontrar entre esos extremos ideológicos, es lo que en buena medida explica la flexibilidad y adaptabilidad del sistema creado por la Revolución Mexicana. En contraste, el sistema supuestamente democrático que se ha formado tras la salida del PRI de "Los Pinos" ha resultado ser muy excluyente.

Una parte medular de la obra de Aziz y Alonso está dedicada a explorar un punto de gran importancia teórica y de solución práctica muy difícil: hasta qué punto puede ser democrática una sociedad donde el grueso o una parte importante de sus miembros carecen de los medios materiales y culturales para vivir y desarrollar su condición de ciudadanos y que, en la práctica, se encuentran excluidos de la ciudadanía en su sentido sustantivo.

De acuerdo con las últimas cifras oficiales -las publicadas por el Coneval-, la pobreza en México alcanzó un punto muy alto en vísperas del final del régimen priista, en 1996, pero a partir de entonces empezó a disminuir un poco. Sin embargo, en 2006 se dio un punto de inflexión y para el 2008 ya iba de nuevo en ascenso. Las últimas cifras revelan que está viviendo en condiciones de pobreza alimentaria el 18.2 por ciento de la población, en pobreza de capacidades el 25.1 por ciento y en pobreza patrimonial el 47.4 por ciento.

¿Es realmente posible y viable una democracia sin inclusión? Los autores hacen suya la posición de Amartya Sen, economista bengalí y Premio Nobel de Economía de 1998, experto en el tema y que define a la pobreza como una "privación de capacidades". Desde esa perspectiva, los pobres -que en nuestro caso son casi la mitad de la población- simplemente no están en posibilidad de ejercer a fondo esa ciudadanía que, en principio, hoy les ofrece la democracia política. Entonces ¿qué sentido tienen para medio México temas que en este libro se examinan a fondo, como son el sistema de partidos, el Congreso, las reformas electorales, las elecciones, el IFE, TEPJF y demás siglas que se suponen son el corazón del entramado institucional de nuestra democracia?

Una ciudadanía débil

Los autores echan mano de un buen número de indicadores para medir la fuerza, la energía, de la ciudadanía, es decir, de ese factor que es, a la vez, origen y razón de ser de la democracia. Se trata de los índices de votación, de participación en asociaciones, de disposición a la protesta, etcétera. El problema es que todos esos indicadores apuntan al hecho de que en México la ciudadanía es débil, que sólo una minoría se comporta plenamente como ciudadanos. Una minoría que hoy no tan pequeña como la que encontró el historiador Francois-Xavier Guerra en el Porfiriato, pero no tan grande como debería ser para impedir que México experimente en el futuro predecible una regresión en materia democrática. Obviamente, esa debilidad de la participación ciudadana está directamente correlacionada con la pobreza y la exclusión mencionadas y con la ausencia de un Estado de derecho y con una corrupción pública omnipresente.

El 2006 o el momento clave

La elección del año 2000 dio lugar a un triunfo electoral pacífico y, sobre todo, legítimo, pero con un entramado institucional muy semejante, la del 2006 concluyó con uno que, de tan diferente, resultó su opuesto: conflictivo y polarizante y que dejó al triunfador, y al sistema mismo, con una legitimidad cuestionada, lo que finalmente ha resultado un obstáculo para la gobernabilidad.

Para Aziz y Alonso, la elección del 2006 -un empate electoral entre izquierda y derecha- resultó ser el momento clave del proceso político mexicano contemporáneo, de ese que en vez de conducirnos a la consolidación democrática y a la estabilidad terminó por desembocar en un callejón sin salida o casi. Y es esa situación de crisis lo que obliga a que los cambios que no se hicieron cuando era relativamente fácil hacerlos -en el gobierno de Fox- se tendrán que intentar ahora, con un gobierno de minoría, cuestionado y en una situación económica angustiosa.

La coyuntura actual se caracteriza por una gran tensión entre tendencias e inercias. "Las primeras pueden tener un perfil democratizador y las segundas [sólo] tienen futuro dentro de una restauración". Pero ¿es posible una restauración? La obra no aborda su propia hipótesis. El México que dio origen al PRI y a su larga y por un buen tiempo semilegítima "dictablanda" ya desapareció. Un intento de restauración de lo viejo en el siglo XXI no llevaría a la "estabilidad autoritaria" del pasado sino a algo altamente disfuncional y terriblemente insatisfactorio. El México político de Calles o incluso de Salinas simplemente ya no es posible, de intentarse restaurar lo que fue, el resultado sería peor de lo que tuvimos entonces o ahora.

Aziz y Alonso desarrollan una erudita discusión en torno a la naturaleza de la democracia contemporánea. Identifican dos grandes paradigmas. Uno es el minimalista, al estilo de Joseph Schumpeter, donde la democracia es básicamente "un método de arreglo institucional para conseguir decisiones políticas aplicables administrativamente". Otro es el maximalista, a la Thomas Marshall, para quien la razón de ser de la democracia es su compromiso con los derechos civiles, políticos y sociales. En el México de hoy lo mínimo que se le puede pedir a la democracia es que aspire a lo máximo.

Nota: el autor de esta columna sale de viaje y por algunas semanas Agenda Ciudadana no aparecerá.

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