La (falta de) 'química' en agosto

En la relación Obama-Calderón difícilmente habrá buena "química", pero ése es el menor de los problemas que enfrentan los nexos entre los dos gobiernos

El tema

El mes próximo se reunirán, en la "Cumbre de la América del Norte" en Guadalajara, Felipe Calderón, Barack Obama y Stephen Harper. ¿Para la relación México-Estados Unidos importa que sus respectivos jefes de Estado tengan biografías y personalidades tan diferentes y sigan políticas internas tan distintas?

La química en tanto ciencia de las propiedades de las substancias es certera. Sin embargo, la "química" como forma de explicar la relación entre personalidades, particularmente al más alto nivel de la política internacional, no. Es verdad que algunos autores acuden al factor personal como parte de la explicación de la colaboración anglo-americana durante la Segunda Guerra Mundial (buena "química" entre Roosevelt y Churchill) o de la tensa relación hispano-alemana en el mismo conflicto (mala "química" entre Hitler y Franco tras su único encuentro en 1940). En realidad, la explicación de fondo de la política internacional puede prescindir de la "química" pero, en determinadas circunstancias, la buena relación personal, al nivel más alto de las decisiones, puede facilitar la colaboración.

Dos políticas y políticos muy diferentes

Hoy, la gran crisis económica golpea con fiereza a los dos países que tienen al Río Bravo por frontera. En México estamos condenados a seguir adelante con una administración federal muy desgastada, sin ninguna idea nueva, capturada por los intereses oligárquicos y conducida por un equipo del que están ausentes "the best and the brightest". En contraste, la gran potencia norteamericana está encabezada por una administración que, en su contexto, es de centro-izquierda, llena de energía gracias a una elección sin mancha, encabezada por un Presidente particularmente inteligente, bien educado, cuya biografía le permite tener empatía con el "hombre común" y, finalmente, si en su gabinete no todos son los "mejores y los más brillantes", todos cuentan con credenciales que van de adecuadas a excelentes.

La actual crisis económica mundial ha obligado a los gobiernos de Estados Unidos y México a actuar y el contraste es notable. El norteamericano reaccionó rápido, con energía y dispuesto a usar el gasto público como estímulo para la economía. Siguiendo el espíritu keynesiano, Washington ha decidido incurrir en un déficit fiscal equivalente al 13% del PIB para alentar la recuperación vía el gasto en infraestructura, educación y salud. En contraste, en México, sus autoridades, siguiendo el desacreditado modelo neoliberal, han optado por lo opuesto: reducir el gasto público en 85 mil millones de pesos, mantener un déficit de menos del 4% del PIB y esperar a que la recuperación estadounidense saque a México de su depresión. Cada gobierno está mostrando así sus preferencias ideológicas y compromisos.

El contraste entre las orientaciones políticas al sur y norte del Río Bravo es patente y podría augurar una relación difícil. Sin embargo, la experiencia histórica en este campo es ambigua. Entre jefes de Estado políticamente coincidentes hay ejemplos lo mismo de buena que de mala relación pero también hay casos de una buena relación entre líderes de México y Estados Unidos pese a lo contrastante de sus personalidades y orientaciones políticas.

Ejemplos

En los 1930 coincidieron en el poder en México y Estados Unidos dos presidentes -Lázaro Cárdenas y Franklin D. Roosevelt- que por convicción o necesidad se orientaron a modificar sus sociedades en un sentido progresista. Entre ellos no hubo un contacto personal pero el embajador norteamericano en México, Josephus Daniels, jugó el papel de intermediario personal. Daniels tenía una relación muy cercana con Roosevelt -había sido su jefe- y una evidente simpatía por Cárdenas y su proyecto. Daniels tradujo a Cárdenas para Roosevelt -definió el Plan Sexenal cardenista como "el New Deal mexicano"- y eso facilitó que los dos gobiernos salieran bien de la prueba que significó la expropiación petrolera de 1938.

El ejemplo contrario también existe. Durante los gobiernos de Vicente Fox y George W. Bush, la similitud de ideologías y personalidades en Los Pinos y la Casa Blanca no desembocó en una relación política particularmente productiva. Vicente Fox asumió la Presidencia mexicana en diciembre del 2000 y Bush la norteamericana menos de dos meses después. Fue así que dos administraciones conservadoras, de derecha, coincidieron en el tiempo en México y Estados Unidos. Más de un observador supuso que eso ayudaría a tener una coincidencia de intereses y fluidez en la comunicación. No fue el caso.

Inicialmente, Fox, siguiendo un sendero que ya se había empezado a trazar, decidió hacer del cambio de política hacia Cuba -criticar abiertamente su falta de respeto a los derechos humanos- el eje de una convergencia con Estados Unidos. El distanciamiento de México con Venezuela y otros gobiernos de izquierda de la región buscó subrayar el viraje. Los Pinos esperaban que el cambio no sólo produjera lo que el presidente Bush declaró frente a Fox el 5 de septiembre de 2001 -que para Estados Unidos y en materia internacional, la relación con México era la más importante-, sino que además Washington diera una respuesta pronta y positiva a la demanda mexicana de llegar a un acuerdo que permitiera la legalización de la mayoría de los aproximadamente 5 millones de mexicanos indocumentados que, se calculaba entonces, se encontraban trabajando en Estados Unidos.

El deseo del gobierno de Fox de lograr establecer un tipo de relación especial con Washington, basada en la nueva legitimidad democrática mexicana y en la comunidad de puntos de vista conservadores entre los presidentes, se vino abajo dramáticamente como resultado de las acciones de un tercer actor: los ataques de los islamistas de Al Qaeda a Nueva York y Washington el 11 de septiembre del 2001.

De acuerdo con el entonces embajador de Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow, la reacción mexicana al ataque terrorista no mostró el grado de solidaridad que esperaba Washington y eso se tomó en cuenta. A partir de entonces la política exterior norteamericana se centró en la "guerra contra el terrorismo". La supuesta "buena química" entre Fox y Bush no logró que unos Estados Unidos volcados en los temas de seguridad y en sus acciones militares en Afganistán e Iraq, le dieran importancia a las cuestiones planteadas por México; éstas simplemente desaparecieron del radar político de Washington. Cuando en 2003, el representante mexicano en la ONU no apoyó incondicionalmente la invasión de Iraq, la indiferencia de Bush hacia México se acentuó.

La relación Lyndon Johnson-Gustavo Díaz Ordaz puede ser un ejemplo de relación personal relativamente buena -así lo muestra la correspondencia en la biblioteca de Johnson en Austin, Texas. Internamente Johnson fue la fuerza tras el Acta de Derechos Civiles de 1964 que puso fin a formas de discriminación racial y fue también el creador de la "Gran Sociedad", una política encaminada a "acabar con la pobreza y la injusticia" en Estados Unidos. En contraste, Díaz Ordaz fue un político de derecha, autoritario y sin sensibilidad social. Lo anterior no impidió que, no obstante la matanza del 2 de octubre de 1968, Johnson le enviara a Díaz Ordaz una carta personal felicitándole a nombre de la humanidad por haber llevado a cabo los juegos olímpicos.

El punto central

La naturaleza misma de la relación entre México y Estados Unidos tiene sus raíces y razones en los niveles más profundos de sus respectivas historias nacionales y, sobre todo, en la enorme asimetría de poder entre los dos. Desde esta perspectiva, resultan de importancia relativamente secundaria las diferencias o coincidencias de las ideologías y de los rasgos personales de quienes estén al frente de cada uno de los dos gobiernos.

La necesidad norteamericana de tener en su frontera sur un sistema político y social estable, hace que finalmente la mejor defensa del interés mexicano sea una política doméstica que no dé problemas, que cuente con un apoyo local sólido, con una legitimidad adecuada, con un proyecto político y económico aceptable y con un entramado institucional eficiente. Desafortunadamente eso es lo que hoy no existe. Teniendo como trasfondo el "haiga sido como haiga sido" del 2006, la caída brutal de la economía, el aumento de la pobreza y la desigualdad y el dudoso éxito de la "guerra contra el narcotráfico", Estados Unidos está preocupado por la viabilidad de México (ver la primera plana del Washington Post del 28 de julio). Así, la falta de "química" en el próximo encuentro de Guadalajara es una mera anécdota, lo realmente importante es el fracaso mexicano en su frente doméstico.

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