Lorenzo Meyer
El tema
Por buen tiempo ya, pero especialmente a partir de la desintegración de la Unión Soviética, la derecha norteamericana ha sido la fuerza política dominante en su país y, en gran medida, en el sistema internacional. Para los 1980, la mayoría de los partidos conservadores del mundo había asumido como propios los valores y la agenda de su contraparte en Estados Unidos. Sin embargo, esa derecha asentada en Washington -la derecha grande- está sumida en una crisis como resultado del estrepitoso fracaso en su conducción de la política interna y externa. Las posibilidades de una derrota del Partido Republicano en las elecciones del 2008 son altas. De ser el caso, todas las fuerzas conservadoras del planeta, incluidas las mexicanas, se verán afectadas de alguna forma.
Desde el inicio de la vida nacional, la derecha mexicana -igual que la izquierda- ha dependido, hasta cierto punto, de su contraparte externa. La liga de nuestros conservadores con el exterior ha sido básicamente de carácter ideológico y político, pues por lo que hace a recursos económicos los tiene de sobra.
No hay una definición universalmente aceptada de derecha -ni de izquierda- pero en la práctica se le puede identificar sin gran dificultad. Esa identificación depende básicamente del contexto, de la posición que los actores políticos tomen sobre temas que polarizan: los derechos de propiedad, la política fiscal, laboral, social o de redistribución, el intervencionismo del Estado, la privatización, el nacionalismo, los derechos humanos o de las minorías, la religiosidad pública, etcétera. En cualquier caso, derecha es quien pone más obstáculos al cambio social -salvo cuando éste es regresivo-, mayor énfasis en la obediencia y en las estructuras de autoridad y menos en la participación.
La derecha americana: su evolución
En el siglo XX, todos los gobiernos norteamericanos hicieron de la lucha contra el socialismo una causa central. Sin embargo, dentro de ese conservadurismo hubo diferencias notables, al punto que tiene sentido hablar de una "izquierda dentro de la derecha", al igual que en la Rusia soviética se habló de una "derecha" dentro del comunismo. Así, el presidente imperialista Teodoro Roosevelt (1901-1909) se enfrentó a los monopolios petroleros y tabacaleros, y poco después Woodrow Wilson (1913-1921) y su "Nueva Libertad" tuvieron rasgos populistas. Más tarde, la administración de Franklin D. Roosevelt (1933-1945) sentó, con su "Nuevo Trato", las bases para una política francamente populista que le permitió ganar la Segunda Guerra Mundial, disminuir las grandes diferencias de ingreso entre las clases sociales y dar carta de naturalización al Estado Benefactor. La herencia rooseveltiana no pudo ser destruida por los gobiernos conservadores de Dwight Eisenhower (1953-1961), Richard Nixon (1969-1974) o de Gerald Ford (1974-1977). Sin embargo, a partir de los años ochenta las cosas cambiaron y mucho.
Fue el presidente Ronald Reagan (1981-1989) quien finalmente restableció plenamente la visión republicana más conservadora, abiertamente derechista, en la Casa Blanca. Fue también bajo su mandato que Estados Unidos ganó definitivamente la "Guerra Fría" y un par de años después, en 1991, la propia Unión Soviética desapareció. El interregno de los demócratas encabezados por William Clinton (1993-2001) sólo sirvió para que los líderes intelectuales "neoconservadores", desbordantes ya de optimismo y seguridad en sus principios y esquemas, prepararan el asalto ya no al poder sino al cielo mismo. Bajo un supuesto "fin de la historia" (Francis Fukuyama, 1992), la derecha radical norteamericana quiso suponer que el triunfo de la democracia liberal y del mercado (neoliberalismo) sobre el socialismo real significaba también que el proceso político de la humanidad había llegado a su meta. Desde esta perspectiva, el siglo XXI ya sólo iba a significar el perfeccionamiento y la expansión de los elementos centrales del sistema político norteamericano.
Del Reich neoliberal de los mil años al gran fracaso
El triunfo de George W. Bush -y del tortuoso vicepresidente Richard Cheney- en las elecciones norteamericanas de 2001 no fue el inicio de la construcción del dominio largo del conservadurismo norteamericano sino el inicio de la crisis para la derecha grande. El principio del fin del proyecto neoconservador detonó no al interior de Estados Unidos sino fuera, como resultado del fracaso en su intento de rediseñar la estructura política del Medio Oriente -punto de partida de un ambicioso proyecto imperial de alcance global- mediante la invasión de Iraq.
La invasión de Iraq -acción unilateral en extremo de los neoconservadores nortea-mericanos- fue planeada bajo el supuesto que era legítimo, viable y de poco costo para la única superpotencia, introducir en cualquier punto de la periferia la democracia liberal desde afuera y desde arriba, incluso en regiones que nunca la habían experimentado. La acción fue formalmente justificada con supuestos que desde el inicio eran dudosos -la alianza de la dictadura laica de Bagdad con el extremismo religioso islámico de Al Qaeda y la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq- pero que muy pronto demostraron ser descarnadamente falsos a la vez que la resistencia iraquí resultó más fuerte de lo esperado. El desastre norteamericano en Mesopotamia resultó tan grande como la soberbia imperial que lo fabricó, aunque su costo lo han pagado menos los norteamericanos y más, mucho más, los iraquíes.
Dentro de Estados Unidos, el proyecto social de la derecha se tradujo en el dominio de los grupos de interés y en un crecimiento de la distancia entre las clases populares y medias, por un lado, y los "súper ricos" -la minoría beneficiada por una política fiscal descaradamente inequitativa-, por el otro. Como resultado, el golfo que separa a los privilegiados del resto de la sociedad es tan grande hoy como el que existía hace un siglo. Y para completar el cuadro hay que añadir la irresponsabilidad de la política crediticia y el fracaso de la "magia del mercado". El abuso en los créditos hipotecarios acabó con la bonanza en la industria de la construcción, golpeó al corazón del sistema bancario, bajó el ritmo de crecimiento de la economía y amenaza con llevar a Estados Unidos y a otros países -al nuestro entre ellos- a una recesión. Así, no extraña que la última encuesta de opinión en Estados Unidos (Wall Street Journal-NBC) muestre que sólo el 19 por ciento de los entrevistados considere que su país marcha bien.
¿La debacle?
Las pasadas elecciones legislativas en Estados Unidos y el proceso en curso para elegir al sucesor de George W. Bush han precipitado la crisis del Partido Republicano, el centro vital de la derecha norteamericana. Hoy, los republicanos más conservadores simplemente no tienen un candidato claro y viable; el senador John McCain, por ejemplo, pudiera ser viable pero no pertenece al núcleo duro de la derecha.
En el Partido Republicano huelen una posible derrota, no sólo electoral, sino del gran proyecto de hacer al mundo a imagen y semejanza, y eso empieza a producir divisiones y desmoralización. Dentro de las filas republicanas, tanto algunos líderes como algunos militantes aceptan que han fallado y que están fuera de sintonía con las preocupaciones y prioridades de la mayoría norteamericana (véase a Ramesh Ponnuru y Richard Lowry, "The Grim Truth", National Review, 19 de noviembre, 2007).
Ciertos republicanos como David Frum proponen, como solución, un "conservadurismo verde", uno que se dedique a responder a las demandas y necesidades de la clase media, de los que no tienen seguro médico, que haga suyas las agendas de los ecologistas a la vez que sostener la defensa de sus posiciones tradicionales -su oposición al aborto, por ejemplo- con un tono menos estridente, usar más de la persuasión que de la coerción. En fin, que esa corriente ve la salida en una especie de ¡izquierdización de la derecha! (citado por Michael Tomasky, The New York Review of Books, 17 de enero, 2008).
Efecto
Si los procesos políticos en marcha en Estados Unidos -el nido de la derecha grande- siguen por donde van y las tendencias que tomaron fuerza bajo Reagan llegan a su fin con Bush hijo, entonces las derechas pequeñas -¿enanas?- de la periferia, como la mexicana, pueden perder empuje y confianza, al menos en el plano ideológico. Claro, nada es de esto es seguro y, en todo caso, estos procesos son lentos y contradictorios, sus efectos toman tiempo y el tiempo hace pagar un precio alto a aquellos que les ha tocado permanecer en el lugar de los perdedores en el reparto de costos y beneficios del esfuerzo colectivo.
Por buen tiempo ya, pero especialmente a partir de la desintegración de la Unión Soviética, la derecha norteamericana ha sido la fuerza política dominante en su país y, en gran medida, en el sistema internacional. Para los 1980, la mayoría de los partidos conservadores del mundo había asumido como propios los valores y la agenda de su contraparte en Estados Unidos. Sin embargo, esa derecha asentada en Washington -la derecha grande- está sumida en una crisis como resultado del estrepitoso fracaso en su conducción de la política interna y externa. Las posibilidades de una derrota del Partido Republicano en las elecciones del 2008 son altas. De ser el caso, todas las fuerzas conservadoras del planeta, incluidas las mexicanas, se verán afectadas de alguna forma.
Desde el inicio de la vida nacional, la derecha mexicana -igual que la izquierda- ha dependido, hasta cierto punto, de su contraparte externa. La liga de nuestros conservadores con el exterior ha sido básicamente de carácter ideológico y político, pues por lo que hace a recursos económicos los tiene de sobra.
No hay una definición universalmente aceptada de derecha -ni de izquierda- pero en la práctica se le puede identificar sin gran dificultad. Esa identificación depende básicamente del contexto, de la posición que los actores políticos tomen sobre temas que polarizan: los derechos de propiedad, la política fiscal, laboral, social o de redistribución, el intervencionismo del Estado, la privatización, el nacionalismo, los derechos humanos o de las minorías, la religiosidad pública, etcétera. En cualquier caso, derecha es quien pone más obstáculos al cambio social -salvo cuando éste es regresivo-, mayor énfasis en la obediencia y en las estructuras de autoridad y menos en la participación.
La derecha americana: su evolución
En el siglo XX, todos los gobiernos norteamericanos hicieron de la lucha contra el socialismo una causa central. Sin embargo, dentro de ese conservadurismo hubo diferencias notables, al punto que tiene sentido hablar de una "izquierda dentro de la derecha", al igual que en la Rusia soviética se habló de una "derecha" dentro del comunismo. Así, el presidente imperialista Teodoro Roosevelt (1901-1909) se enfrentó a los monopolios petroleros y tabacaleros, y poco después Woodrow Wilson (1913-1921) y su "Nueva Libertad" tuvieron rasgos populistas. Más tarde, la administración de Franklin D. Roosevelt (1933-1945) sentó, con su "Nuevo Trato", las bases para una política francamente populista que le permitió ganar la Segunda Guerra Mundial, disminuir las grandes diferencias de ingreso entre las clases sociales y dar carta de naturalización al Estado Benefactor. La herencia rooseveltiana no pudo ser destruida por los gobiernos conservadores de Dwight Eisenhower (1953-1961), Richard Nixon (1969-1974) o de Gerald Ford (1974-1977). Sin embargo, a partir de los años ochenta las cosas cambiaron y mucho.
Fue el presidente Ronald Reagan (1981-1989) quien finalmente restableció plenamente la visión republicana más conservadora, abiertamente derechista, en la Casa Blanca. Fue también bajo su mandato que Estados Unidos ganó definitivamente la "Guerra Fría" y un par de años después, en 1991, la propia Unión Soviética desapareció. El interregno de los demócratas encabezados por William Clinton (1993-2001) sólo sirvió para que los líderes intelectuales "neoconservadores", desbordantes ya de optimismo y seguridad en sus principios y esquemas, prepararan el asalto ya no al poder sino al cielo mismo. Bajo un supuesto "fin de la historia" (Francis Fukuyama, 1992), la derecha radical norteamericana quiso suponer que el triunfo de la democracia liberal y del mercado (neoliberalismo) sobre el socialismo real significaba también que el proceso político de la humanidad había llegado a su meta. Desde esta perspectiva, el siglo XXI ya sólo iba a significar el perfeccionamiento y la expansión de los elementos centrales del sistema político norteamericano.
Del Reich neoliberal de los mil años al gran fracaso
El triunfo de George W. Bush -y del tortuoso vicepresidente Richard Cheney- en las elecciones norteamericanas de 2001 no fue el inicio de la construcción del dominio largo del conservadurismo norteamericano sino el inicio de la crisis para la derecha grande. El principio del fin del proyecto neoconservador detonó no al interior de Estados Unidos sino fuera, como resultado del fracaso en su intento de rediseñar la estructura política del Medio Oriente -punto de partida de un ambicioso proyecto imperial de alcance global- mediante la invasión de Iraq.
La invasión de Iraq -acción unilateral en extremo de los neoconservadores nortea-mericanos- fue planeada bajo el supuesto que era legítimo, viable y de poco costo para la única superpotencia, introducir en cualquier punto de la periferia la democracia liberal desde afuera y desde arriba, incluso en regiones que nunca la habían experimentado. La acción fue formalmente justificada con supuestos que desde el inicio eran dudosos -la alianza de la dictadura laica de Bagdad con el extremismo religioso islámico de Al Qaeda y la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq- pero que muy pronto demostraron ser descarnadamente falsos a la vez que la resistencia iraquí resultó más fuerte de lo esperado. El desastre norteamericano en Mesopotamia resultó tan grande como la soberbia imperial que lo fabricó, aunque su costo lo han pagado menos los norteamericanos y más, mucho más, los iraquíes.
Dentro de Estados Unidos, el proyecto social de la derecha se tradujo en el dominio de los grupos de interés y en un crecimiento de la distancia entre las clases populares y medias, por un lado, y los "súper ricos" -la minoría beneficiada por una política fiscal descaradamente inequitativa-, por el otro. Como resultado, el golfo que separa a los privilegiados del resto de la sociedad es tan grande hoy como el que existía hace un siglo. Y para completar el cuadro hay que añadir la irresponsabilidad de la política crediticia y el fracaso de la "magia del mercado". El abuso en los créditos hipotecarios acabó con la bonanza en la industria de la construcción, golpeó al corazón del sistema bancario, bajó el ritmo de crecimiento de la economía y amenaza con llevar a Estados Unidos y a otros países -al nuestro entre ellos- a una recesión. Así, no extraña que la última encuesta de opinión en Estados Unidos (Wall Street Journal-NBC) muestre que sólo el 19 por ciento de los entrevistados considere que su país marcha bien.
¿La debacle?
Las pasadas elecciones legislativas en Estados Unidos y el proceso en curso para elegir al sucesor de George W. Bush han precipitado la crisis del Partido Republicano, el centro vital de la derecha norteamericana. Hoy, los republicanos más conservadores simplemente no tienen un candidato claro y viable; el senador John McCain, por ejemplo, pudiera ser viable pero no pertenece al núcleo duro de la derecha.
En el Partido Republicano huelen una posible derrota, no sólo electoral, sino del gran proyecto de hacer al mundo a imagen y semejanza, y eso empieza a producir divisiones y desmoralización. Dentro de las filas republicanas, tanto algunos líderes como algunos militantes aceptan que han fallado y que están fuera de sintonía con las preocupaciones y prioridades de la mayoría norteamericana (véase a Ramesh Ponnuru y Richard Lowry, "The Grim Truth", National Review, 19 de noviembre, 2007).
Ciertos republicanos como David Frum proponen, como solución, un "conservadurismo verde", uno que se dedique a responder a las demandas y necesidades de la clase media, de los que no tienen seguro médico, que haga suyas las agendas de los ecologistas a la vez que sostener la defensa de sus posiciones tradicionales -su oposición al aborto, por ejemplo- con un tono menos estridente, usar más de la persuasión que de la coerción. En fin, que esa corriente ve la salida en una especie de ¡izquierdización de la derecha! (citado por Michael Tomasky, The New York Review of Books, 17 de enero, 2008).
Efecto
Si los procesos políticos en marcha en Estados Unidos -el nido de la derecha grande- siguen por donde van y las tendencias que tomaron fuerza bajo Reagan llegan a su fin con Bush hijo, entonces las derechas pequeñas -¿enanas?- de la periferia, como la mexicana, pueden perder empuje y confianza, al menos en el plano ideológico. Claro, nada es de esto es seguro y, en todo caso, estos procesos son lentos y contradictorios, sus efectos toman tiempo y el tiempo hace pagar un precio alto a aquellos que les ha tocado permanecer en el lugar de los perdedores en el reparto de costos y beneficios del esfuerzo colectivo.
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